Rayuela
El FMI ha quedado reducido al más abyecto de los papeles: el de agorero del desastre.
"...el miedo a la verdad, a la manifestación de la realidad, es uno de los sentimientos más extendidos entre los sectarios, igual si son de derechas que si son de izquierdas..." Manuel Sacristán Luzón, 1978
El FMI ha quedado reducido al más abyecto de los papeles: el de agorero del desastre.
Crisis financiera internacional
¿Buenos días, Mr. Keynes?
Carlos A. López Morales*
En el portal del semanario británico The Economist apareció hace unos días una fotografía en la que Ben Bernanke pareciera estar rezando para que el reciente recorte en la tasa de los bonos federales, que la dejó en su valor nominal más bajo en 5 años, tenga resultados mejores a los esperados. Paul Krugman, apenas galardonado con el Premio Nobel en economía, ha sugerido que eso es ya indicio de ocurrencia de la trampa de liquidez. En otra imagen que seguramente será explotada hasta el hastío, Alan Greenspan, el antecesor de Bernanke, aparece acongojado ante el Congreso de Estados Unidos al reconocer que su visión del funcionamiento de la economía, arraigada por décadas de experiencia profesional en el diseño de la política monetaria de la primera potencia económica mundial, ha estado fundamentada, según dice, en una “creencia fallida” en la capacidad auto-reguladora de los mercados, en especial los financieros. Como en avalancha, la opinión pública internacional ha señalado al “Maestro” como el responsable de promover política monetaria (y de regulación financiera) muy laxa en el primer quinquenio de la presente década, en parte como respuesta ante la perspectiva de recesión después de los eventos de septiembre de 2001. La soltura en el crédito de bajo costo y la poca regulación, entre otros factores, pudieron contribuir al surgimiento de burbujas financieras (como la de bienes raíces, caracterizada por la multiplicación de “activos tóxicos”, como se le denominaron en el argot) que, ahora se ve, acabarían por desinflarse llevándose consigo la relativa estabilidad financiera internacional y ampliando las posibilidades de una recesión global para algunos comparable a la de la Gran Depresión.
Algunos académicos, como Dani Rodrik y Jeffrey Sachs, consideran que la situación financiera en Estados Unidos ya ha tocado fondo. Pero eso no es nada alentador: las repercusiones en la economía real apenas comienzan, y ya el diario español El País se ha aventurado a pronosticar una caída en el producto interno estadounidense de aquí al primer trimestre de 2009 que podría significar un aumento de la tasa de desempleo para ubicarse hasta en 8%. En el sentido de amortiguar el impacto en la economía real, el gobierno de Estados Unidos acaba de anunciar el diseño de un plan de apoyo hipotecario mediante transferencias que casi equipara en monto al rescate financiero mismo: 600 mil millones de dólares (mmdd). Pero el mayor riesgo no se corre en la mayor economía del mundo. Claudi Pérez, periodista de aquél diario español, lo resumió bien: “la globalización es para lo bueno y lo malo, y ha llegado la hora de lo malo.” Como si todo lo que se ha visto en septiembre y octubre fuera poco, tanto Rodrik como Sachs han advertido que, en efecto, lo peor aún puede estar por venir, pero manifestándose no en el epicentro de la debacle, sino en la periferia, sea esta desarrollada o no. Alemania, por ejemplo, anunció un plan de rescate y de apoyo a sus empresas que asciende a 50 mil millones de euros.1 Tres países ya han quebrado, y algunos más albergan crisis esperando ocurrir. El Fondo Monetario Internacional (FMI) otorgó en los últimos días de octubre 2 mmdd a Islandia, no necesariamente una economía en desarrollo, después de que sus autoridades económicas declararan la bancarrota (los préstamos bancarios ascendían a 9 veces el producto interno islandés). Días después, el parlamento ucraniano aceptó la recepción de 16.5 mmdd provenientes del organismo multilateral “con el fin de superar el escenario de la crisis”, según las palabras del presidente del parlamento. Casi al mismo tiempo, Hungría acreditaba la recepción de 25 mmdd con acreedores varios (15 mmdd provenientes del FMI, 8.5 mmdd de la Unión Europea y 1.5 mmdd del Banco Mundial).
A la hora de redactar esta nota, Turquía y Pakistán figuraban en la lista de próximos receptores. Las cosas con el FMI han cambiado, según asegura el mismo Fondo y algunos comentaristas, aunque no para todos los países. Para aquellos considerados bajo “buena administración” el FMI ofrece un nuevo producto: un préstamo de corto plazo con condiciones mínimas que asciende a 5 veces el monto de la cuota nacional. México figura dentro de la lista de países que podrían beneficiarse con esta nueva línea de crédito, y ya el gobierno mexicano ha anunciado que se encuentra analizándola. Para algunos, como Rodrik, la mínima condicionalidad de esta línea de crédito es algo positivo, pues muestra que el Fondo ahora sí asumió el carácter de prestamista de última instancia que el sistema internacional requiere en estos días aciagos. Aunado a éste nuevo producto financiero, la Reserva Federal estadounidense (Fed) ha anunciado la creación de una línea swap para contribuir a la disponibilidad de dólares para aquéllos países también considerados bajo buena administración. México, junto con Brasil, Corea del Sur y Singapur, aparece en la lista corta de Washington. Con todo, el mes de octubre culmina para México con una fuente potencial de recursos que ascienden a 50 mmdd (20 mmdd de la línea del Fondo, 30 mmdd de la línea de la Fed) y que equivalen a un 70% del volumen de reservas observado después de la intervención cambiaria.
Las razones que motivan la disponibilidad de dichos recursos son relativamente claras: la probabilidad de que las autoridades de economías emergentes tengan que implementar planes de rescate de índole varia (ya al sistema financiero en su conjunto o a empresas identificadas, ya a la moneda doméstica) no es cercana a cero. Y a diferencia de Estados Unidos o de la Unión Europea, las economías emergentes no cuentan ni con la estabilidad financiera ni con la capacidad fiscal para hacer frente a la turbulencia aún cuando, por esta vez, no lleve el sello de la casa. Por ejemplo, en el caso mexicano ya se sabe que, por un lado, el banco central gastó en pocos días el 10% de sus reservas (unos 8 mmdd) en intervenciones en el mercado cambiario que evitaron, según la institución, que el dólar llegara a subastarse hasta en 20 pesos. También se sabe, por otro lado, que Nacional Financiera otorgó a Comercial Mexicana una línea de crédito de unos 3 mil millones de pesos para que pueda hacer frente a sus compromisos de corto plazo. Otros corporativos, como Cementos Mexicanos y Grupo Soriana, podrían necesitar medidas similares para evitar el desencadenamiento de cualquier crisis en el sistema mexicano de pagos. Si los recursos domésticos para todo ello llegarán a faltar, el gobierno mexicano podrá acceder a los externos gozando de la mínima condicionalidad en las líneas disponibles. Argumentos similares pueden ser aplicables para los casos de otras economías latinoamericanas y de otras regiones del mundo. Sin embargo, como resulta natural, el impacto potencial no es el mismo para las economías emergentes, y acaso se pueda defender la aparente paradoja de que aquellas que tengan índices de integración mayor con la economía global (medidos, por ejemplo, por el cociente de comercio exterior a producto interno, por la diversificación de dicho comercio, o por el acceso a los mercados de capitales) estén en mejor situación para hacer frente a la crisis global.2
De la gran depresión a la gran moderación ¿y viceversa?
La serie de rescates financieros alrededor del mundo, incluyendo los que se pueden vislumbrar en algunos países en desarrollo, ha llevado a la opinión pública internacional a atizar el viejo debate sobre la intervención del estado en la economía. Los presidentes de Iberoamérica, por ejemplo, han anunciado en San Salvador el fin del pensamiento neoliberal, para usar las palabras de Rodríguez Zapatero, y el regreso del estado a la economía, como en las palabras de Lula da Silva. En el mismo tono polémico, pero del otro lado, el influyente semanario británico The Economist, si bien reconoce la necesidad de socializar la pérdida privada cuando de ello depende la sobrevivencia del sistema, se opone a que la crisis derive en una ola global de nacionalizaciones. Pero la posición es mucho más compleja: el semanario sugiere también que los gobiernos, para combatir la recesión que se avecina, tendrán que mostrar un “coraje fiscal”, en forma de estímulos, recortes de impuestos, etc., similar al “coraje financiero” mostrado para evitar el colapso. En una posición similar, y también sin oponerse a la existencia de rescates pagados por los contribuyentes, Kenneth Rogoff, ex-economista del FMI y ahora profesor en Harvard, sugiere que la mejor política posible es la de no bloquear con la intervención una “dinámica saludable y normal” de consolidación y poda en el mercado financiero, pero insiste en que una mejor regulación es parte de la solución de largo plazo.
Incluso el contenido de la campaña presidencial en Estados Unidos (que sitúa a unos, los republicanos, como anti-intervencionistas y pro-mercado y a otros, los demócratas, como regulacionistas y centralistas) alimentó el debate, aunque no necesariamente proveyendo argumentos sólidos.3 Paul Krugman, en uno de sus primeros textos sobre la crisis, concluye tajante que “las tomas de control estatal pueden ser la única vía para hacer funcionar al sistema financiero.” Veamos: control estatal, supervivencia del sistema, estímulo fiscal, regulación e intervención pública, fracaso del “neoliberalismo”, etc. No son pocos los que podrían pensar que todo esto es un nuevo día para el keynesianismo, sobre todo aquellos que gustarían de asegurar que estamos frente a una nueva Gran Depresión. Pero en el detalle se ve que no hay mucho sentido en todo ello, pues mientras el origen de la Gran Depresión se suele ubicar en la operación del sistema económico de entonces, a la sazón muy diferente al actual, tanto tirios como troyanos sitúan el origen de la crisis actual en la esfera del diseño de política económica. Incluso Paul Samuelson, a quien también le tocó observar la Gran Depresión, incluye la errada política monetaria que dio lugar a la crisis actual junto a otras pifias de la política pública estadounidense (como el “asegurar” la victoria militar en Afganistán y en Iraq, o como la misma guerra de Vietnam). La crisis financiera es, en su opinión, un caso más de ese patrón (de éxitos seguidos de fracasos aún peores): al éxito en evitar la recesión después de septiembre de 2001 le sigue el fracaso asociado a la crisis actual.
Pero Samuelson está muy lejos de afirmar que las crisis no se presentan si el sistema funcionara en su forma “pura”, es decir, en ausencia de regulaciones e intervenciones públicas de índole variada. Samuelson dice que dos de las lecciones que obtuvo de la Gran Depresión son, por un lado, que “el capitalismo no puede evitar los ciclos económicos” y, por otro, que “no puede contarse con que los mercados curen por sí solos sus males.” Hay que decir que ambas cosas son ya muy sabidas en macroeconomía contempóranea. De hecho, después de décadas de experiencia de administración macroeconómica, y a la luz del éxito de la misma en muchos sentidos, Samuelson rescata la noción de la “Gran Moderación”, presente en la literatura desde hace ya algún tiempo y entendida como un amortiguamiento del ciclo de negocios (de suerte tal que sus altibajos “son menos pronunciados.”) Ben Bernanke mismo ha sostenido la hipótesis de que dicha moderación se debe a la pericia en el diseño de la política macroeconómica, en especial la fiscal y la monetaria, cuyo análisis y teoría se han exactificado enormemente en las últimas décadas. El debate del gremio, por tanto, no es únicamente sobre términos generales (“intervención o no intervención”), sino sobre la naturaleza concreta de la relación de la entidad pública con los agentes privados (que ahora simula más un juego dinámico de estrategia que un sistema determinista de operación mecánica). Así, viendo las características de las tuberías del sistema económico contemporáneo, por así decir, en las que la interacción entre estado y mercado se encuentra ya enraizada, se puede avanzar la hipótesis de que esta crisis, por cierto ya bajo control relativo, no significa tanto una regresión paradigmática hacia esquemas relativamente superados (tanto teórica como históricamente) como la reafirmación de la vigencia de la analítica particular con la que se analizan dichas características.
De esta forma, por ejemplo, la crisis se hace mas entendible con la hipótesis que Kenneth Rogoff ha presentado recientemente, que da por descontada la importancia de la regulación publica y enfatiza su problemática en ambientes estratégicos. Rogoff, siguiendo a su vez al economista ingles Willem Buiter, sugiere que el caso de la crisis del sistema financiero estadounidense se puede caracterizar por exhibir “captura reguladora”, es decir, una situación en la que la agencia que regula (la Fed) establece reglas que atienden los intereses no del conjunto del sistema, sino de algún grupo particular (los bancos de inversión). Una vez reconocida la importancia de la interacción entre economía y política ya mencionada, el análisis resulta más rico, más potente y más preciso si se enfoca a la filigrana de los fenómenos observados y se trasciende por tanto el ámbito de las generalidades poco concretas, siempre imprecisas, de las campanadas de la historia.
*Profesor de la Facultad de Economía de la UNAM. Estudiante del programa doctoral en economía ecológica impartido en Rensselaer Polytechnic Institute, Estados Unidos. El autor agradece los valiosos comentarios de Carlos Faviel y de Hugo Contreras y los exime de cualquier responsabilidad sobre las opiniones y los posibles errores contenidos en esta nota.
1Aunque algunas de esas empresas no quieren tocar esos recursos públicos, por ser estos “fuente” de comportamientos ineficientes que puedan dañar su reputación, según la opinión de algunos de sus directivos. No obstante, con el paso de los días, uno a uno los bancos alemanes comenzaban a acceder a los recursos disponibles: a principios de noviembre, el Commerzbank, segundo en importancia, solicitó 8.2 mmde del fondo de rescate. Al mismo tiempo, se espera que el BayernLB reciba 5 mmde, y recién se hizo publico que el HSN Nordbank ha solicitado a las autoridades fondos de hasta 30 mmde.
2Casos de mayor vulnerabilidad relativa en la región latinoamericana son los de Venezuela, Bolivia y Argentina. Los primeros dos tienen enfrente un panorama nada alentador, pues las previsibles caídas en precios y cantidades de bienes primarios (dependientes, esos sí, del mercado internacional) afectarán a los ingresos por exportaciones y, por el régimen de propiedad, a los ingresos públicos. El caso argentino enfrenta tanto problemas por el lado de los precios de bienes primarios (que representan sus exportaciones principales y de las que depende gran parte de sus ingresos públicos) como problemas de acceso a los mercados de capital. En el contexto de acceso limitado a los flujos financieros internacionales, diversos analistas critican la intención del gobierno de Kirchner de nacionalizar el fondo de pensiones debido a que consideran que se utilizaría para hacer frente a las obligaciones de deuda de los próximos años.
3Aunque la contradicción discursiva de la campaña republicana, favoreciendo la no-intervención en el contexto de un rescate público de magnitudes épicas, no ayudó a contrarrestar el deterioro de las preferencias electorales por la dupla McCain-Palin en las semanas previas a la votación.
KENNETH ROGOFF 21/09/2008
Después de un año de crisis financiera mundial, varios bancos centrales clave siguen extraordinariamente expuestos a la flojedad de los sectores financieros privados de sus respectivos países. Hasta ahora, la estrategia de mantener los sistemas bancarios con la sonda de alimentación del crédito a corto plazo garantizado por el contribuyente tenía sentido. Pero con el tiempo, los bancos centrales tienen que desenchufar la máquina. De lo contrario acabarán ellos también en cuidados intensivos, cuando las pérdidas crediticias arrollen a sus balances de situación.
La idea de que las mayores economías del mundo sólo se enfrentan a un pánico poco duradero parece cada vez más forzada. Por el contrario, está quedando claro que tras un periodo de beneficios y crecimiento épicos el sector financiero necesita experimentar ahora un periodo de consolidación y poda. Hay que permitir que los bancos débiles se hundan o se fusionen (indemnizando a los depositarios ordinarios con los fondos de garantía estatales) para que los fuertes puedan resurgir con fuerza renovada.
Si éste es el diagnóstico correcto de la crisis financiera, los esfuerzos por bloquear una dinámica saludable y normal no harán más que prolongar y exacerbar el problema. No permitir la consolidación necesaria es debilitar los mercados crediticios, no fortalecerlos.
La Reserva Federal de Estados Unidos, el Banco Central Europeo y el Banco de Inglaterra están particularmente expuestos. Colectivamente han concedido cientos de miles de millones de euros en préstamos a corto plazo a bancos tradicionales y a complejos bancos de inversión no regulados. Muchos otros bancos centrales observan el movimiento con nerviosismo, perfectamente conscientes de que pronto podrían encontrarse en la misma situación, porque la economía mundial sigue debilitándose y las tasas de morosidad en todo tipo de préstamos siguen aumentando.
Si los bancos centrales se enfrentan a un enorme golpe contra sus balances de situación no será necesariamente el fin del mundo. Ha sucedido antes, por ejemplo, durante la crisis financiera de la década de 1990. Pero la historia da a entender que recuperar el balance de situación de un banco central nunca es agradable. Enfrentado a las pérdidas crediticias, el banco central puede optar por la inflación o por esperar a que los contribuyentes lo recapitalicen. Ambas soluciones son extremadamente traumáticas.
Una inflación desatada causa todo tipo de distorsiones e ineficiencias. (Y no crean que los bancos centrales han descartado el impuesto de la inflación. De hecho, la inflación se disparó durante el año pasado, facilitando oportunamente la necesaria corrección del precio real de la vivienda). Los rescates fiscales, por su parte, rara vez son tranquilos, e inevitablemente ponen en peligro la independencia del banco central.
Está también el tema de la equidad. El sector financiero ha obtenido beneficios extraordinarios, en especial en los países anglohablantes. Y aunque calcular el tamaño de este sector es extremadamente difícil debido a su opacidad y complejidad, las estadísticas oficiales estadounidenses indican que las empresas financieras obtuvieron aproximadamente un tercio de los beneficios empresariales estadounidenses en 2006. Dividendos multimillonarios en Wall Street y en la City londinense se han vuelto algo habitual, y las empresas financieras dominaban las listas de donantes a los principales candidatos políticos a las elecciones presidenciales estadounidenses de 2008.
¿Por qué entonces iban los contribuyentes ordinarios a pagar para rescatar al sector financiero? ¿Por qué no al automovilístico o al siderúrgico, o a cualquiera de los otros sectores que han sufrido recesión en años recientes? Este argumento tiene más fuerza si los bancos centrales recurren al impuesto de la inflación,que recae de manera desproporcionada sobre los pobres, con menos medios para protegerse de los aumentos de precios que debilitan el valor de sus ahorros.
El economista británico Willem Buiter acusa sin rodeos a los bancos centrales y a las autoridades de las haciendas públicas de "captura reguladora" por parte del sector financiero, en especial en Estados Unidos. Es una acusación fuerte, sobre todo si tenemos en cuenta las enormes incertidumbres a las que se enfrentan los bancos centrales y las autoridades de las haciendas públicas. Pero si dichas autoridades no realizan ajustes a medida que avanza la crisis, la acusación de Buiter tal vez parezca menos extrema.
¿Cómo pueden entonces los bancos centrales salir de este profundo agujero? La clave es precisar la distinción entre las empresas financieras cuyas dificultades están causadas verdaderamente por el pánico (y por lo tanto son temporales) y los problemas que son más fundamentales.
Tras un periodo de expansión masiva durante el cual el sector de los servicios financieros casi duplicó su tamaño, lo natural y lo normal es que se produzca una reducción. El problema de los préstamos hipotecarios subprime ha provocado una caída en las líneas de negocio principales de algunas instituciones financieras, en especial sus actividades de derivados, opacas pero extremadamente rentables. Es inevitable que se produzca una contracción del sector. Los bancos centrales tienen que empezar a fomentar la consolidación, en lugar de ampliar indiscriminadamente el crédito.
En principio, el sector financiero puede reducir su tamaño haciendo que cada institución se contraiga de manera proporcional, pongamos, un 15%. Pero éste no es el patrón típico de ningún sector económico. Si los fondos de riqueza soberana quieren entrar y mantener a flote empresas hambrientas de capital con la esperanza de una gran recuperación, debería permitírseles. Pero dichos fondos deberían también comprender que los grandes accionistas extranjeros en empresas financieras pueden ser mucho menos efectivos que los locales a la hora de coaccionar a los bancos centrales para que concedan enormes líneas de crédito sin condiciones.
Es hora de hacer inventario de la crisis y reconocer que el sector financiero está experimentando cambios fundamentales y no es una simple víctima del pánico especulativo contra las hipotecas. Sin duda, una mejor regulación forma parte de la respuesta a largo plazo, pero no es la panacea. Los actuales propietarios de bonos y acciones de empresas financieras deben pagar el precio mayor o habrá pocas esperanzas de que se comporten de manera más responsable en el futuro. -