La huella hídrica del consumo de alimentos en la zona metropolitana de Ciudad de México

Salió publicado en Water Economics and Policy un número especial titulado Integrated Approaches for Water Management: Multisectoral Models and Applications. Ese título, en otras palabras, querría decir modelación con economía insumo-producto o con equilibrio general computable, pues practicamente son todas las aplicaciones multisectoriales de la modelación económica (podemos considerar en otra discusión qué sucede con los análisis de redes). Yo trabajo insumo-producto antes que CGEs, por varias razones que, también, podemos abordar en otro momento.

Las colegas a cargo del número especial me invitaron a participar. Yo atendí la invitación y aproveché para responder dos preguntas, pues les traía interés ya por algún tiempo. Una pregunta consistía en ver si era posible calcular la demanda nacional de agua asociada al consumo de alimentos en una zona metropolitana; la segunda era jugar con las nuevas bases de datos de matrices insumo-producto a nivel multi-estatal por INEGI.

El artículo está disponible oficialmente aquí, en la página de la revista, o aquí, con mi manuscrito en Research Gate.

La región metropolitana de Ciudad de México se define con la nueva clasificación de Sedatu (2023), con 75 municipios en Estado de México y Ciudad de México y con 21.4 millones de personas;


La demanda de alimentos se identifica en la clasificación SCIAN vigente, que resulta en 8 sectores a 3 dígitos, pues son los que tiene la matriz multi-estatal:


Una vez identificada la demanda de alimentos a nivel nacional con resolución estatal, era necesario "escalarla" al nivel metropolitano, cosa que se hace con las participaciones municipales de cada sector en las entidades federativas relevantes (CMX y MEX), con un procedimiento descrito en el artículo. La demanda resultante de alimentos queda como sigue:


La demanda de alimentos a nivel nacional queda en $2.1 billones de pesos (base 2013, semántica española), u 11% del PIB nacional. Como se ve en la tabla, más de la mitad (unos 6 puntos del PIB nacional) son alimentos procesados. El sector agropecuario (111 y 112) contribuye con otro tanto. La Zona Metropolitana de Ciudad de México (MCMA en la tabla) concentra 17% de dicha demanda nacional, o unos 2 puntos del PIB nacional. Destaca que la estructura metropolitana es más de servicios que la nacional, con mayor importancia en preparación de alimentos y bebidas y en comercio, lo que se lleva bien con su carácter urbano (noten que el sector agropecuario también es menos importante). 

Una vez hecho el cálculo insumo-producto y la correspondencia con el consumo de agua (ambos descritos en el artículo), podemos estimar la huella hídrica de los bienes y servicios de la cadena de suministro que satisface la demanda de alimentos en la MCMA. En total, la economía nacional consume 4.5 km3 de agua al año (calibrado al 2013) en dicha operación. Como contraste, la MCMA extrae alrededor de 2km3 de agua para satisfacer todos los usos de su demanda interna, lo que implica que la región metropolitana requiere el doble de agua en su consumo de alimentos. 

La matriz de colores muestra los flujos de agua (virtual) interestatales que son necesarios en el comercio inter-estatal asociado a la cadena de suministro de la demanda de alimentos en la MCMA. Si uno sumara todos los números que allí aparecen obtendríamos los 4.5km3 de la huella de agua. Cuando se lee horizontalmente, se calcula el volumen de agua usado localmente (en la región fila) en la producción de insumos vendidos a los clientes de alguna otra región (en la columna). Por esa razón, las columnas de CMX y de MEX son las que aparecen con los mayores influjos de volúmenes de agua (virtual). Ciudad de México recibe 0.6km3 y Estado de México recibe 1km3 de agua virtual neta en los insumos que requieren para satisfacer la demanda de alimentos que enfrentan.


Esta tabla resume el comportamiento de la matriz de colores. Solo 0.3km3 del agua requerida en la demanda de alimentos de la MCMA es extrae localmente en dicha zona. 1.6km3 se requieren para producir fuera de la MCMA los insumos que la MCMA requiere para satisfacer la demanda de alimentos, mientras que 2.5 km3 se extraen fuera de la MCMA para satisfacer la demanda de insumos que ocurre fuera de la MCMA, pero que son necesarios en la cadena de suministro bajo escrutinio.

Los estados que exportan más agua virtual para la demanda de alimentos en la zona metropolitana de Ciudad de México son Hidalgo (0.2km3), Michoacán y Sinaloa (0.17km3 cada uno), Tamaulipas, Guerrero y Guanajuato (0.11km3 cada uno), y Sonora (0.1km3).

Estas respuestas deben calificarse como sigue:

  • La resolución de la matriz multi-estatal es apenas suficiente para identificar lo sectores provisores de alimentos
  • La clasificación industrial de CONAGUA es diferente al SCIAN, por lo que hay que hacer un número importante de supuestos y correspondencias de fuerza bruta. El mundo sería un lugar más feliz (y miren que se necesita) si usaran la misma clasificación. 
  • Sería necesario identificar tecnologías (sobre todo agrícolas y de irrigación) para tener una idea más precisa.

Moraleja: ¿es aun tiempo de blogs? 

El abandono gubernamental de los compromisos ecológicos del Estado

Hace un par de meses escribí este textito sobre los días aciagos de la política ambiental mexicana. Aunque le hace falta una edición que lo aclare, lo pongo por aquí para que no se quede archivado sin ver siquiera la luz.
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El abandono gubernamental de los compromisos ecológicos del Estado

Carlos A. López Morales

Mayo 2022


En fecha reciente, titulares del poder ejecutivo federal, particularmente Presidencia y Semarnat, han usado los espacios públicos de difusión para señalar que las críticas al llamado “Tren Maya” carecen de validez porque quienes las elaboran son “pseudoambientalistas”, dando lo mismo si se trata de artistas pop, académiques con probadas carreras de investigación o colectivos de diversa escala y carácter en defensa del medio ambiente y del territorio. Lo que debe quedar claro es que el descrédito al interlocutor es una trampa para no hacerse cargo del contenido de la crítica, cuya validez depende del mérito propio, con independencia de quién la esgrime. Este infortunio solo empeora cuando se acompaña de la gastada frase con la que el oficialismo corriente intenta esquivar responsabilidades: el famoso “¿y dónde estaban cuando…?” A final de cuentas, detener el deterioro ecológico generalizado, incluyendo los impactos negativos en la salud y el bienestar de las familias mexicanas, es responsabilidad del gobierno, no del ambientalismo más consecuente o más oportunista, y es el gobierno, con su política ambiental, el que ha estado en falta.


Este episodio no resulta en sí mismo sorpresivo en tanto que es consistente con la manera en la que Presidencia atiende la urgencia de los asuntos públicos: esquivando, tergiversando, negando. La novedad, acaso, consiste en haber sumado a las instancias federales encargadas de la política ambiental para distraerse de sus responsabilidades sustantivas con ese jueguito de intrigas. Tal vez como premio, una mayoría morenista en el Congreso de la Unión impidió que la titular de medio ambiente compareciera ante esa tribuna a propósito de la destrucción que aquél “proyecto de desarrollo” puede implicar para los ecosistemas y las comunidades de la Península. En suma, este triste espectáculo es uno más con el que la presente administración profundiza en el abandono de los compromisos ecológicos del Estado mexicano. Dicho abandono es visible en la ocurrencia combinada de cuatro procesos: el declive de los presupuestos ambientales, el diseño inconsistente de política ambiental, el aumento del riesgo climático y ambiental y la ausente procuración de justicia ambiental, que debiera incluir no solo el castigo a la destrucción ecológica por parte del capital público o privado, que casi nunca ocurre, sino las diligencias para llevar justicia a activistas ambientales (y a sus familias y comunidades) que han sido asesinades por defender bosques, selvas y ríos, incluyendo los que han ocurrido en este sexenio y que se mantienen también en la impunidad. 

El compromiso ecológico del Estado no es un recurso retórico: está implicado en el Art. 4 de la Constitución, que establece los derechos de toda persona a un medio ambiente sano y al acceso al agua potable y al saneamiento. De ese documento se derivan tres leyes generales de materia ambiental promulgadas en diversos momentos: la del equilibrio ecológico y protección ambiental, promulgada en 1988, que busca la preservación y restauración de los ecosistemas mexicanos al tiempo de definir los principios rectores de la política ambiental, incluyendo la procuración de justicia; la del cambio climático, promulgada en 2012, que articula las acciones de mitigación y adaptación climáticas con dicha política; y la general de aguas nacionales, de 1992, que establece el marco legal e institucional de la administración de los recursos hídricos nacionales. En respuesta a esa legislación, la administración pública federal ha construído durante las últimas cuatro décadas un andamiaje legal e institucional de cierta complejidad y especialización que brinda al Estado herramientas y presupuestos para atender sus compromisos ecológicos establecidos en ella. Y mientras ese proceso ha traído cierto liderazgo internacional en la materia, ha sido claramente insuficiente a la luz del pésimo desempeño ambiental del capitalismo mexicano.

Pero la respuesta del gobierno corriente a dicha insuficiencia no ha sido el fortalecimiento de la política ambiental y de las instituciones que la implementan, sino su tránsito hacia la irrelevancia, cuando no su práctico desmantelamiento, operado tanto a nivel presupuestal como de diseño de política y enmarcado en la tergiversación discursiva característica de las narrativas oficialistas de este sexenio. La vertiente presupuestal de dicho abandono es muy visible en la Figura 1, que muestra el presupuesto ambiental federal durante las cuatro administraciones que son posteriores a las modificaciones de 1999 al Artículo 4 Constitucional. Como se ve, la clara tendencia creciente de los tres primeros lustros se rompe abruptamente en la segunda mitad del sexenio de Peña Nieto que, al finalizar, representó un retroceso presupuestal de una década. El sexenio de López Obrador no solo no ha significado la recuperación de los presupuestos ambientales, sino lo contrario: la pérdida adicional de casi una tercera parte respecto del último presupuesto ambiental peñanietista. Así, el presupuesto ambiental de 2021 (21 mmdp a precios de 2013) es el más bajo en dos décadas, y es apenas la tercera parte del presupuesto más elevado (63 mmdp, en 2014). 

Figura 1. Evolución del presupuesto ambiental federal 2000-2021
Nota: precios constantes de 2013.
Fuente: elaboración propia con datos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.

La tergiversación de la política ambiental por diseño se refiere a la pretensión del gobierno actual de que su mayor compromiso ecológico se recoge en el programa Sembrando Vida, “el mayor programa de reforestación en el mundo”, como le gusta presumir. Sus presupuestos son considerables: para 2022 llegan a 30 mil millones de pesos (a precios corrientes), que son equivalentes a dos tercios de los del Ramo 16 (el de medio ambiente y recursos naturales) para ese mismo año. Existen al menos dos problemas centrales para considerar a este programa como parte de la política ambiental. Primero, es un programa de transferencias monetarias a poseedores de tierra con cierta vocación forestal que, sin embargo, no tiene los objetivos de conservación o restauración de vegetación primaria o secundaria, sino el de producción y valorización de sistemas agroforestales. A pesar de la epopéyica narrativa oficial, este no es el primer programa de reforestación masiva impulsado desde el gobierno federal, ahora con el concurso descentralizado de medio millón de beneficiarios en 20 estados de la república (en 2022), y la experiencia indica (pues muchos de los esfuerzos de reforestación en el pasado han fracasado) que existen varios retos de concepto e implementación, incluyendo la elección de árboles frutales y maderables y su sobrevivencia e impacto en socio-ecosistemas diversos, su pertinencia ecológica, la convergencia con la conservación de la biodiversidad, el carácter clientelar y la durabilidad de los apoyos, etc. 

El segundo problema consiste en que el programa Sembrando Vida no está sectorizado en medio ambiente, sino que está a cargo de la Secretaría del Bienestar. Una revisión a las reglas de operación para 2022 muestra que sus considerandos no están sujetos a los objetivos del plan sectorial de medio ambiente, y que apenas ofrecen un vínculo débil con los objetivos de desarrollo sustentable, sobre todo con los objetivos de desarrollo social, pero no con los de conservación o recuperación de ecosistemas. ¿Cómo es que este programa, que no está sujeto a los objetivos ni implementado por las instituciones del sector ambiental, dará los resultados que busca la política ambiental? Todo un misterio. Pero aun con todo ese misterio y opacidad, por lo demás característicos de los programas “bandera” de la administración obradorista, es posible ver que Sembrando Vida ha sido confuso desde el inicio, sobre todo para los potenciales beneficiarios. Aunque las magnitudes precisas están aun por determinarse, esa confusión provocó la destrucción de vegetación primaria o secundaria para poder destinar el suelo ahora descubierto a la producción forestal subsidiada. Es decir, en su premura, el programa ofreció incentivos perversos de inicio, y queda pendiente determinar si las correcciones posteriores, que ahora incluyen el requerimiento explícito de que no se aceptan parcelas con la práctica de quema, han sido capaces de restituir la cobertura forestal perdida, aunque el recambio de especies forestales pueda ser contraproducente para la conservación de la biodiversidad, al tiempo de ofrecer los incentivos adecuados para ya no deforestar coberturas primarias o secundarias.

Figura 2. Cambio de temperatura en México 1901-2021.
Fuente: elaboración propia.

Esta suerte de retirada del Estado respecto de sus responsabilidades ecológicas contrasta con las mayores anomalías de temperatura en México observadas en el último siglo (ver Figura 2). Las manifestaciones presentes del cambio climático en México ya incluyen mayor probabilidad de incendios forestales (como de hecho ha sucedido en los últimos cinco años), de sequías (ya se anuncia en el norte del país las dificultades que 2022 podrá traer en la disponibilidad de los recursos hídricos, y en Monterrey se anunció el “día cero” para Junio), y de otros fenómenos hidrometeorológicos. Tampoco se han revertido las tendencias de degradación de ecosistemas o agotamiento de recursos, cuyo costo económico supera con creces a los beneficios del crecimiento económico, según reporta la contabilidad ambiental mexicana. Ante todo ello, como se ve, la respuesta del gobierno consiste en menores recursos y menos herramientas, cuando no en un aumento directo de las cargas ambientales, como sucede con la deforestación ya comentada, o con los impactos del giro energético obradorista, que incluye mayor contaminación por el uso termoeléctrico del combustóleo o por el mantenimiento de históricos subsidios a las gasolinas. Ante este panorama, la política ambiental federal, lejos de fortalecerse y expandir sus ámbitos de acción, ha transitado en cuatro años prácticamente hacia la irrelevancia, lo que imposibilita no solo la obtención de resultados positivos en la conservación de los ecosistemas y su biodiversidad, sino en el cumplimiento de las responsabilidades constitucionales de garantizar a toda persona un medio ambiente sano.