Basta de subsidios a la universidad pública


Basta de subsidios a la universidad pública

[Artículo que llama a la controversia. Esperamos sus comentarios]
Dr. Santos Mercado Reyes, Departamento de Ciencias Basicas, de la División de Ciencias Básicas e Ingeniería UAM/Azcapotzalco.

Si queremos salvar a las universidades públicas, sus autoridades, su sindicato, sus profesores y alumnos deberían pedir, rogar o exigir al gobierno que ya no le mande recursos financieros, que no las subsidie, que corte ese hilo umbilical que sólo le proporciona vida artificial.

Reconozco que la propuesta es difícil de lograrla a corto plazo, pues implica un cambio de mentalidad, una nueva visión y mucho valor para hacer las transformaciones. Incluso, es posible que el gobierno mismo no entendiera por qué se le pide que ya no subsidie a estas instituciones, si siempre lo ha hecho y lo considera “un deber sagrado ordenado por la Carta Magna”.

LOS SUBSIDIOS INDUCEN CONDUCTAS Y GENERAN CONSECUENCIAS

La mayoría de los vicios que se observan en cualquier escuela o universidad pública se pueden explicar por el efecto subsidio: La burocratización de las actividades, la prepotencia de los funcionarios, la arrogancia de los profesores, la simulación de los investigadores, la deserción, el tiempo excesivo para hacer una carrera, la chatarrización de los vehículos, las paredes graffiteadas, entre otras se explican como consecuencia del sistema de subsidio.

No es un punto fácil de entender, pero puede considerarse, a manera de ejemplo, el caso del niño que recibe todo de su papá; cuando cumpla 40 años seguirá pidiendo subsidio pues nunca aprenderá a generar sus propios ingresos. O bien, considere al carpintero que le va a hacer una bonita mesa de 5 mil dólares. Si usted le paga todo antes de que él empiece, es posible que la mesa se la entregue en el doble del tiempo estipulado o a lo mejor nunca se la fabrique y desaparezca con el dinero.

El efecto es observable aún en escuelas privadas que son subsidiadas por el mismo sector privado. Se puede ver el caso de Fundación Azteca, una escuela que no es del gobierno pero los alumnos aceptados no pagan nada. Los sueldos de los profesores y de todo el personal no provienen de subsidios gubernamentales, sino de un empresario altruista que les da a los estudiantes hasta el uniforme, libros y cuadernos. Es cierto que esta institución ha ganado buen prestigio en las pruebas que aplican organizaciones externas, aparece en los mejores lugares, sin embargo, el sistema de subsidio les induce un comportamiento típico: se simula el mayor orden y limpieza mientras la visita el donante; todos se peinan y lucen sus uniformes limpios; pero cuando se va el mecenas vuelven a lo mismo: los profesores con su comportamiento burocrático, los trabajadores refunfuñando de los bajos salarios, los directivos en actitud despótica, los barrenderos perdiendo el tiempo, lo normal de cualquier escuela pública.

El efecto perverso del subsidio no solo ocurre en México. En la URSS se aplicó profusamente, no solo para sus escuelas y universidades, sino también para sus fábricas…y todas fracasaron. En los mismos Estados Unidos, por recomendación de Horace Mann, “El Padre de la Educación Pública” se aplicó el sistema de subsidio hasta que se dieron cuenta de los efectos destructivos y ahora las universidades públicas tienen que sobrevivir sin subsidio gubernamental.

Los subsidios federales, estatales, municipales eclesiásticos o privados causan un daño tan perverso a las instituciones educativas que debería considerarse el peor sistema de financiamiento a las instituciones educativas.

Es interesante investigar por qué subsidiar una escuela termina por destruirla. Seguramente existen mejores explicaciones que la de quien escribe, pero mi conjetura es la siguiente: Cuando se subsidia a una institución, se introduce un “sistema de riesgo cero”. La institución sabe que tiene el ingreso seguro, trabaje bien o mal. ¿Por qué habría de preocuparse por trabajar bien? Esto no solo funciona para la institución, sino para cada profesor o barrendero. Si el trabajador sabe que las quincenas son seguras ¿por qué habría de preocuparse por hacer mejor sus tareas? El profesor gana lo mismo si tienen 20 alumnos o tan solo dos, ¿Por qué habría de preocuparse por tener 50? En realidad, se trata de un comportamiento racional, donde trabajar menos es equivalente a ganar mejor, y todos quieren ganar mejor.

En muchas instituciones subsidiadas se ven prestaciones extraordinarias que son la envidia de las universidades privadas, pero eso se explica porque se juega a la “lucha de clases” donde los trabajadores se asocian para formar sindicatos y luchar contra “el burgués”, asignándole ese papel al Rector que no es mas que otro empleado de quincena segura y que circunstancialmente llega a ocupar el cargo. Con tal de no dejar una mala imagen, los rectores tienden a ceder en todo lo que pueden, después de todo, no están administrando recursos de su propiedad. Y por supuesto, los sindicatos quieren arrebatar todo lo que pueden. Es la lucha por la bolsa de dinero arrojado por el gobierno. Una vez que funcionarios y sindicatos se acaban la bolsa, piden más, hacen huelgas, marchas, peregrinaciones y no tienen límites. Cuando algo trabaja con un sistema de riesgo cero, tiende a degenerarse irremediablemente.

Hay quien piensa que el sistema de subsidio podría funcionar bien, si se tuviera “buenos funcionarios”, “buenos rectores”, “buenos trabajadores”, “buenos profesores”, si todos tuvieran amor a la camiseta, si se comportaran como buenos apóstoles de la enseñanza y tuvieran grandes deseos de cumplir con excelencia su trabajo, en una palabra: “si no hubiera corrupción”. Sin negar que hay casos excepcionales hay que reconocer que es un sueño utópico, es como pedirle piñas al pino; equivale a pensar que puede haber ángeles en el infierno. Lo que sugiero aquí es que el subsidio a las escuelas y universidades forma, obliga a que el buen profesor se transforme en malo, la secretaria eficiente empiece a ser descuidada y el funcionario honrado se haga corrupto. Repito, hay excepciones.

Bien estudiado y comprendido el “efecto del subsidio” debería ser suficiente para considerarlo como un delito de lesa humanidad y debería prohibirse absolutamente. Al menos se debe llegar a la conclusión de que cualquier alternativa que se elija, no debe implicar que la escuela pida recursos al Estado. La medicina es amarga pero es la correcta.

Pero antes de que algunos académicos se rasguen las vestiduras debo hacer las siguientes aclaraciones, aunque reconozco que necesitan argumentarse largamente.

La idea de que las escuelas y universidades públicas no reciban subsidios del gobierno, ni de la iglesia, ni de un particular:

1. No quiere decir que se está abogando por la destrucción de las escuelas y universidades públicas. Al contrario es un plan para rescatarlas de su hundimiento total.
2. No quiere decir que se está abogando por la eliminación de la gratuidad de la educación. Es perfectamente posible eliminar los subsidios y conservar la gratuidad, por ejemplo, aplicando la propuesta del Bono Educativo o el “Voucher system for education de Milton Friedman (Premio Nobel de Economía).
3. No se está abogando por la Privatización de las escuelas y universidades. En efecto, no se ha dicho aquí que se ponga en subasta a la UNAM , UAM, IPN para que la compre el mejor postor.
4. Nadie ha dicho aquí que se eliminen los sindicatos, ni las huelgas, ni los derechos “ganados con tanta sangre y sudor”.
5. No se ha dicho aquí que se quiere acabar con la vocación innovadora y de investigación que tienen las universidades públicas. Al contrario, podrían reorientar su investigación para hacerla productiva y no como ahora, que se hace porque burocráticamente se asignan presupuestos del gobierno.
6. Tampoco se está diciendo que hay que quitarle el derecho a la educación de los pobres. Al contrario, es para que los pobres empiecen a verse no como un pretexto para recibir subsidios del gobierno, sino como personas dignas de ser atendidas.

En fin, todo lo que se quiere dejar en claro es que los subsidios pervierten a las instituciones y que es necesario crear, idear y soñar con otros esquemas que nos permitan desconectarnos de la ubre del gobierno y que generen mayores virtudes que las actuales.

Colectivo Universitari@s / El Universal

Copyright © 2008 Fecha de publicación: 04/06/2008

Es una vida de perros, pero en Moscú no es tan mala

por Mark Schoofs Dow Jones Newswires
Imagen de www.purephoto.co.uk

Moscú, 20 de mayo – Al igual que los ciudadanos que emplean el transporte público, con frecuencia se ve a los perros callejeros de esta ciudad que viajan en el metro, esperan con paciencia a que llegue el tren y a que éste abra sus puertas.

Durante la era soviética, los perros estaban prohibidos en el metro moscovita. Sin embargo, hoy es tan común verlos ahí, acurrucados en los asientos vacíos, olfateando a sus vecinos y echados tranquilamente en las estaciones, que incluso existe una página electrónica dedicada a ellos: www.metrodog.ru.

Un pequeño grupo de zoólogos estudia a los perros callejeros de Moscú y cómo se adaptan a una ciudad que cambia de manera vertiginosa. Entre ellos está Alexei Vereshchagin, quien se dedicaba a estudiar lobos: “es una criatura tan romántica”, añade, pero cuando se desmoronó el financiamiento para las ciencias del gobierno soviético, ya no pudo hacerlo.

Por ello, Vereshchagin, un hombre de 31 años de barba rojiza, empezó a estudiar a los perros callejeros, y le encantó. “El comportamiento de los perros de la calle es como el teatro”, dijo.

En la medida que el número de los automóviles moscovitas crece de manera explosiva y que su velocidad aumenta con respecto a la de los vehículos viejos y anticuados de la era soviética, los perros callejeros aprenden a cruzar las calles con los peatones. También es posible verlos a veces mientras esperan la luz verde (los perros no distinguen los colores, por lo que los investigadores piensan que reconocen la forma o la posición del hombre que camina en los semáforos).

En la austera era soviética, los restaurantes y los ahora ubicuos kioscos de comida rápida eran escasos, por lo que era menos probable que los perros rogaran por comida y más probable que hurgaran en la basura, dicen los zoólogos. Los perros–pepenadores prosperaron más en las vastas zonas industriales de Moscú, donde llevaban una existencia semi-feral. Pero debido a que dependían sobre todo de que las personas tiraran comida a la basura, y menos de que se las dieran, se mantenían a cierta distancia de los seres humanos.

Ahora, las antiguas fábricas se transformaron en centros comerciales y bloques de departamentos, por los que los perros callejeros se han vuelto más habilidosos y codiciosos para pedir comida. Han desarrollado estrategias innovadoras, dicen los zoólogos, como la técnica de llegar por detrás por sorpresa: un perro se aproxima sigilosamente por detrás de una persona que come tranquilamente en la calle y de repente le ladra. Asustada, la persona deja caer la comida y el perro se la come.

En esto, la clave es la habilidad para determinar qué personas tienen mayor probabilidad de asustarse lo suficiente como para dejar caer su comida. Los canes callejeros se han vuelto maestros en psicología, dijo Andrei Poyarkov, de 54 años, decano de los investigadores de los perros callejeros de Moscú. “Conocen mejor a los moscovitas de los que los moscovitas conocen a los perros”.

De acuerdo con Vereshchagin, protégé de Poyarkov, tal vez el mayor cambio sea que, en la actualidad, los perros callejeros difícilmente necesitan hacer algo para obtener comida. Una de sus principales tácticas, que fue posible por lo cómodos que se sienten cada vez más entre las multitudes, es sencillamente echarse en un atestado corredor del metro, por donde pasan miles de personas, y esperar a que alguien les lance algo de comer. Son alimentados sin que ni siquiera tengan que molestarse en tener que olfatear la pierna de alguien.

Hoy, Moscú proporciona un entorno de “recursos ilimitados”, dijo Vereshchagin.

Caminando por un área de mercado, próxima a una estación del metro, señala que, aún cuando ahora hay más perros callejeros que nunca en Moscú, no están delgados y hambrientos. El líder de la jauría de esta zona, cuya piel blanca con manchas negras está sucia, se levanta de su siesta, se estira con pereza y se dirige a una carnicería. Permanece afuera por unos cuantos segundos, antes que le lancen un hueso con restos de carne a las patas. Se lo lleva, pero apenas y lo mordisquea.

De hecho, muchos perros ignoran los bocadillos descartados, ya que están tan ahítos que se pueden dar el lujo de ser exigentes, dijo Vereshchagin.

A diferencia de los perros callejeros a los que estudia, Vereshchagin no puede ser tan exigente. La ciudad apenas le ha proporcionado fondos para realizar censos esporádicos, el último en 2006, que calculó en cerca de 26,000 cabezas la población de perros callejeros. Por lo que Vereshchagin, quien aún tiene que terminar su tesis, complementa su presupuesto entrenando mascotas y trabajando como paramédico de tiempo parcial.

La adaptación de los perros se añade al dramático cambio que ha sufrido la cultura canina. Rogar por comida es una actividad sumisa, por lo que hay menos guerras generalizadas en el grupo, que en ocasiones acostumbraban durar meses, de acuerdo con Poyarkov. En los grupos hay jerarquías sociales más estables, que permiten que todo el grupo prospere.

Por otra parte, también hay ocasionales ataques contra los seres humanos, como uno en abril pasado, en el que murió un hombre de 55 años, por un grupo de perros callejeros que vivían en un amplio y descuidado parque. Vereshchagin dijo no tener información de primera mano acerca de este ataque, pero dice que los perros que viven en zonas boscosas no están familiarizados con las personas y es más probable que defiendan su territorio con mayor agresividad.

Esa muerte reinició una controversia. Si bien la ciudad asignó el equivalente a 63 millones de dólares para construir refugios para estos animales y programas relacionados, algunas personas exigen el regreso a la práctica soviética de sacrificar a los perros callejeros.

Sin embargo, muchos moscovitas parecen disfrutar, o por lo menos tolerar, a la población canina. La gran mayoría de los perros callejeros se aleja para evitar antagonizar con las personas, dijo Vereshchagin. Incluso es raro que aparezcan en el metro, dice.

Muchos moscovitas alimentan a los perros callejeros y les construyen refugios invernales sencillos. En particular, en la nueva economía capitalista de Rusia, que en ocasiones puede ser implacable, los ancianos buscan compañía perruna.

Traducido por Luis Cedillo
Editado por Juan Carlos Jolly
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Fecha de publicación: 04/06/2008
Sentido Común - Negocios, Economía, Mercados