"...el miedo a la verdad, a la manifestación de la realidad, es uno de los sentimientos más extendidos entre los sectarios, igual si son de derechas que si son de izquierdas..." Manuel Sacristán Luzón, 1978
Tranferencias intercuencas
nosotros y la historia
¿Libro batallas? (¿o mejor ya ni le muevo?)
Si yo fuera rico –que cantaba Manolo Fábregas sintiéndose Zero Mostel (referente que resultará completamente inescrutable para cualquier menor de 45 años, cosa que me tiene absolutamente sin cuidado y que no hace sino reafirmarme en mi marginalidad gerontofílica)–, renunciaría a todos mis trabajos salvo a uno. Ante la solvencia económica absoluta y eterna, presentaría mi dimisión a la televisión pública y a la privada (lo mismo a mi trabajo a cuadro que fuera de él), a los medios impresos en que colaboro (incluido, mucho me temo, éste: a fin de cuentas ya puedo preciarme de una vez y para siempre de haber sido columnista de EL UNIVERSAL) e incluso a la obligación estética / moral / ética / neurótica de publicar un libro de cuando en cuando (muchas veces lo he dicho: detesto escribir; lo que me gusta es haber escrito). De uno, sin embargo (me repito ya sólo para reiterar y, con ello, para refrendar), nunca abjuraría: de la escritura de crónicas de viaje que cada tantos meses me comisionan algunas revistas especializadas. Lo dicho: no me gusta escribir… pero tanto me gusta viajar que estoy dispuesto a pagar por ello el alto precio que es la ofrenda literaria. Y concedo al lector que, si yo fuera rico (yaja diri diri buba / buba diri diri dom), no necesitaría que revista alguna me invitara a escribir para poder viajar, pero concédaseme también que incluso en tan próspera y feliz situación me resultaría igualmente irresistible la idea de tomar unas vacaciones más o menos lujosas, más o menos gratuitas, y que encima me pagaran por presumir de ellas.
Todo esto para confesar que en este preciso momento (en el que escribo como en el que se publica esto) me encuentro en Santiago de Querétaro (o, puesto en buen pocho, en Querétaro City) entregado a la investigación de campo de un texto que todavía no tiene título pero que ha de estar dedicado a algo así como El Querétaro de la Corregidora (señora que, pese a su mote, no era una dominatrix… o, en todo caso, sí pero más de la política que del sexo). Ignoro todavía por qué me fue encargada tal encomienda, y es que de la Corregidora (quiero decir de Doña Josefa, no de la que vive conmigo ayer hace 13 años) no sé sino lo que cualquiera que haya pasado por el sexto de primaria. Pero soy un buen chico, diligente y disciplinado, por lo que siempre hago la tarea. Así, me precipito a una gran librería del Estado (no sólo es la más cercana a mi casa sino que imagino que, al tratarse de una empresa pública, su catálogo tendrá un especial interés en la divulgación de la Historia Patria, más en este año) y pido todo lo que tengan sobre Josefa Ortiz de Domínguez. Imagino biografías, ensayos históricos, alegatos feministas… pero nada; la búsqueda “Josefa Ortiz de Domínguez” en el catálogo de esta librería (como, por cierto, en el de su competencia directa de propiedad privada) arroja dos resultados: un ensayito de divulgación de una centena de páginas chiquitas editado por Grijalbo, un texto de divulgación histórica para niños con el sello de Selector. Y ya. Bonita manera de festejar el bicentenario.
Termino por comprar un par de ensayos históricos sobre la Independencia. Mientras aguardo mi turno para pagar, contemplo los títulos que la sucursal más vistosa y mejor ubicada de una de las dos cadenas libreras del Estado mexicano considera dignos de exhibición prioritaria. El nuevo de Stieg Larsson. El último Crepúsculo. La mafia que se adueño de México… y el 2012, por –¡adivine el lector!– Andrés Manuel López Obrador. Y, nomás pa’ que se note el respeto por los clásicos, dos pilas de ejemplares de El secreto. (Cierto: también están el nuevo de Pitol y muchísimos Monsiváis; aun así no puedo evitar arquear una ceja a un tiempo hierática y desolada.)
Primero trino de coraje: ¡cómo puede el Estado promover el consumo de semejante basura! Después habla el liberalote que me habita: aunque pública, ésta es una librería, ergo un comercio que se rige por las leyes del mercado. Antes de dirigirme a la salida llego a una conclusión conciliadora –las utilidades derivadas de la venta de mierda son lo que permite la edición de libros que las editoriales comerciales jamás tocarían y la multiplicación de librerías en todo el territorio nacional– pero el moralista que también vive en mí no se deja convencer con facilidad.
Asuntos como éste son lo que me hace preferir la escritura de viajes. Y, mejor todavía, viajar. Escapar.